De niña me miraba al espejo y acariciaba mi rostro; observaba ese cuerpo por descubrir. Fijaba mi vista en aquel reflejo luminoso, suave e iluso, preguntándome ligeramente si era hermosa. Nunca tuve certeza, jamás seguridad en esa infancia confusa.
Me percibía distinta, vagamente moldeada, extraña.
No quiero ser bella, no quiero que observen lentamente el delicado tono de mi piel. ¡Ya basta! Renuncio a este don entregado en bandeja de plata a manos de las diosas madres. ¿Es que acaso podré ser querida y anhelada por lo que soy y no por lo que represento? ¡Maldita imagen que se proyecta en mí! No quiero admiración fervorosa. ¿Acaso no sería preferible ser inmaterial? Sí, entregada al espacio infinito de la longevidad, lo intocable, lo trascendental.
¿De qué me vale? No sirve de nada mi perfecta simetría, mucho menos el candor de mis labios. ¿Para qué el brillo de mis ojos? El fulgor de mi rostro es vano, es pasajero como una sombra.
No me ames. No ofusques mis pensamientos con un volver inicuo, iracundo, superficial. Prefiero un perfil asqueante, una criatura deformada. Renuncio a mi sensualidad, a mi gracia al andar, a la perfecta ligereza del resonar de mis pasos y mi pestañeo.
Opto por lo impreciso de mi pensamiento, la abundancia de mi voz en susurros traviesos. No lo confundas. No soy yo quien habla. Habla ella: la madre, la demonia, la niña, la prostituta, la maestra, la loca. Hablan todas juntas en mí.
Me percibía distinta, vagamente moldeada, extraña.
No quiero ser bella, no quiero que observen lentamente el delicado tono de mi piel. ¡Ya basta! Renuncio a este don entregado en bandeja de plata a manos de las diosas madres. ¿Es que acaso podré ser querida y anhelada por lo que soy y no por lo que represento? ¡Maldita imagen que se proyecta en mí! No quiero admiración fervorosa. ¿Acaso no sería preferible ser inmaterial? Sí, entregada al espacio infinito de la longevidad, lo intocable, lo trascendental.
¿De qué me vale? No sirve de nada mi perfecta simetría, mucho menos el candor de mis labios. ¿Para qué el brillo de mis ojos? El fulgor de mi rostro es vano, es pasajero como una sombra.
No me ames. No ofusques mis pensamientos con un volver inicuo, iracundo, superficial. Prefiero un perfil asqueante, una criatura deformada. Renuncio a mi sensualidad, a mi gracia al andar, a la perfecta ligereza del resonar de mis pasos y mi pestañeo.
Opto por lo impreciso de mi pensamiento, la abundancia de mi voz en susurros traviesos. No lo confundas. No soy yo quien habla. Habla ella: la madre, la demonia, la niña, la prostituta, la maestra, la loca. Hablan todas juntas en mí.
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