Es importante, como parte de los cuestionamientos feministas modernos, forjar toda una estética radical acerca del cuerpo, una estética que nos devuelva nuestro lugar y nos reivindique. Y precisamente, dentro de estas concepciones me parece pertinente ubicar el autoerotismo. Desde un
principio y aún en nuestros días, la mujer ha estado supeditada a la valoración física de sí misma en función del Otro, operando en base al agrado y al placer de los demás. Es común observar a la mujer cosificada como objeto de placer visual-sexual desde los orígenes del arte, por ejemplo. En la actualidad, se ve más claramente cómo somos utilizadas para representar todo tipo de artículos en la publicidad formando parte de una incitación al deseo que nunca es cumplido. [Este punto se aborda un poco más en detalle en “La industria cultural” y “El malestar en la cultura”.] Podríamos decir que se fomenta un deseo, una pulsión con fin inhibido que genera malestar e insatisfacción en la sociedad. Pero he aquí el punto más importante: esta cosificación de la mujer como objeto de observación no le genera una total satisfacción a sí misma. Es por eso que propongo una mirada en contraposición a la planteada por la industria, en la cual la mujer fije su mirada en su propio cuerpo y no en el Otro que observa. De esta forma, se puede generar el autoerotismo al colocar la mirada en función de sí misma como objeto de autoplacer. Esta postura puede que incluso sorprenda a muchas, pues se ha generado todo un discurso entorno a la descosificación de la mujer y argumentarían que este artículo violenta o rompe con esos postulados. Sin embargo, considero que en términos de sexualidad siempre será necesaria la cosificación del Otro en tanto se opera en función del placer.
Este concepto es mucho más amplio que el de la masturbación. No se busca una razón externa, otro objeto o sujeto con el fin de generar placer sexual, sino que es el cuerpo de una misma el que genera el erotismo, deseo y placer sexual. El placer no depende del Otro e incluso puede no depender del Otro durante el coito con alguien más. Una vez se centra la mirada en el cuerpo de una misma, se produce una estética corporal propia en el que la mujer se siente excitada por la autocontemplación y no por la contemplación o interacción con el Otro.
Para ejemplificar estos postulados, utilizaré como caso demostrativo la experiencia propia. En sentidos generales, puedo afirmar que la mayoría de los deseos sexuales o placeres sexuales en mi experiencia como mujer surgen en base a esta autocontemplación y al autoerotismo. Muy poco depende de la mirada del hombre. Y en los casos en los que se presenta la figura masculina suele adoptar un papel pasivo, en el que no se materializa ningún tipo de interacción sexual física o en el que no es necesaria la valoración positiva, negativa o retroalimentación para generar el placer sexual. Bien podría entenderse a mayor cabalidad planteándolo desde el exhibicionismo. No se espera una reacción precisa en todos los casos, sino que el acto de mostrarse en sí mismo genera placer sexual. Un ejercicio que podría ser muy útil al respecto sería colocarse frente al espejo, observarse y generar
el deseo a sí misma tal como si el cuerpo fuera un objeto distinto al sujeto. Es a través de ese deseo motivado por la autocontemplación que se genera el autoerotismo. Pero, ¿cómo se puede cultivar ese deseo? Aquí se puede acudir al narcisismo (tal como lo llama la sociedad), pero prefiero llamarle amor propio. No es sino mediante la autovaloración que surge el deseo a sí misma, pues se está consciente de la belleza, unicidad y grandeza de una misma. Este autoerotismo sirve como herramienta para la reivindicación de los cuerpos femeninos, en tanto nos adueñamos de nuestra sexualidad, deseo, erotismo y placer sexual. Sirve, además, para recompensar toda la sexualidad y el placer que se nos ha negado en otras instancias. Claro está, esto debe ir acompañado de otras autovaloraciones que aquí no se han mencionado. Por lo pronto, les deseo muchos encuentros autoeróticos placenteros.
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