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El arte en tiempos de cólera

“cada capítulo es una sala,
cada imagen es una pieza de ese
 museo que llamamos Historia” 
-Sofía del Pedregal

Si bien el título de este artículo remite a Gabriel García Márquez, opto por aludir a la neurosis de sus obras siempre elípticas y en constante relación con esta realidad ‘mágica’ de existir –que no por eso deja de ser trágica. 


Bien, hablemos del arte, del arte como historia: “cada capítulo es una sala, cada imagen es una pieza de ese museo que llamamos Historia” (Sofía del Pedregal). Ese arte ‘histórico’ siempre tiene simbolismos y es tarea del lector interpretarlos. Siempre habrá una Historia más allá de la imagen que nos remita a una comunión con nuestra otredad pintada por manos ajenas. Es imprescindible pues, que acudamos a esa Historia nuestra dibujada por extraños para rescatar la sensibilidad que se nos ha negado, esa sensibilidad derruida por la rutina, la velocidad del vivir consumerista, la siempre responsabilidad de vivir para lo superficial tan común en nuestros días. El arte SIEMPRE es una respuesta y una pregunta al mismo tiempo. Y ya que este es un mundo de neurosis, ¡qué mejor solución a este que a través del placer del arte!

Más allá que simplemente aludir a lo fantástico del arte, es necesario que hagamos una contraposición de este con nuestra realidad. Nos hallamos ante la sociedad disciplinaria, sometidos a la vigilancia y al castigo, suplicio silenciado del poder. A la vez que el sistema reduce sus asperezas para mantener sus hegemonías, nuestra sensibilidad va disminuyendo y coartándose de a poco a sí misma. Estas violentaciones son introyectadas a diario, dirigidas hacia el yo y todo lo circundante, de modo tal que se fermenta la cólera, la violencia, el prejuicio y la exclusión. Esto ya no deja de sorprendernos, sino que, al contrario, nos es usual, común y corriente. El estar insertados en todo este aparato insensibilizador nos convierte en las máquinas de producción por excelencia; reproducimos estas relaciones de poder y nos sometemos sin más al panóptico. Sin embargo, debo resaltar que no todo es tan trágico como parece. He aquí la libertad del arte. He aquí que está en manos de los individuos derrocar este aparato excluyente al sensibilizarse, solidarizarse y percibirse otredad. 

Quisiera compartir a propósito del texto, una anécdota que cobró existencia durante el día de ayer (sábado, 6 de febrero de 2016) en las calles del Barrio Lastarria, Santiago de Chile. Andaba yo en mi usual caminata sin rumbo por las calles de Santiago y decidí entrar al Museo de Artes Visuales, el cual apareció en la esquina de una calle casi como un espejismo. Allí se celebraba el X Premio Arte Joven Contemporáneo, MAVI / Minera Escondida. Como es de esperarse del talento joven, se desplegaban en las paredes del museo, en su suelo, en el techo y en las esquinas, obras con una inventiva nueva, dinámica, fresca y muy curiosa. Entre las obras que me agradaría resaltar se encuentran “Tres maneras de fracasar frente a un paisaje” de María Pilar Elgueta, ‘Sin título’ de María de los Ángeles Sanz-Guerrero, “El paisaje de Chile” de Sofía Pedregal, “Espina dorsal” de Valentina Jara y “Mapa de infiltración” de Javier Otero. (Quizá piense usted que ya me he desviado del tema, pero aquí va la correlación con el artículo.) 

Al descender las escaleras, vi una fotografía análoga a color de unos 130 x 82 cm. Se titulaba “Deshabitar” y pertenece a Pilar Contreras. Muestra un tacón tirado entre cosas viejas, alambres, polvo y escombros (ver fotos adjuntas). No traía conmigo mi Nikon, así que no le pude tomar una mejor foto. No obstante, creo que exactamente por eso es que pude conectarme irremediablemente con esta obra. Quizá hubiese buscado un buen ángulo y la cámara me distrajera con sus efectos entre las configuraciones de la luz y la eterna búsqueda de una buena toma que agrade a mi ojo. Sin artefactos que nos intermediaran pude ver algo en ella que no vi en alguna otra. Me atrapó, me sacó las lágrimas e hizo que me sentara en el suelo frente a ella, como si solo existiéramos ella y yo. Y de algún modo conversé con Pilar, ya siento que la conozco de hace mucho. La conozco y la abrazo a través de la foto con el tacón que ambas olvidamos en alguna calle de Santiago, o quizá de otro lugar innombrable, así como La Mancha de la cual no queremos acordarnos.
 

De ninguna manera pensé en todo esto mientras estaba allí sentada, solo me invadía un trance. Pero los misterios no se descubren al instante. Ahora descubro la libertad de Pilar al descalzarse, al descalzarnos juntas a través de la foto. ¿Y qué representa ese tacón? ¿Qué será del alambre y el polvo? ¿Qué hay de viejo en los escombros? ¿Acaso no será que Pilar nos ha retratado el alma, así de deshabitada? No lo sé, ya dije que los misterios no se descubren al instante. La foto de Pilar es pregunta y respuesta. Es Historia, nuestra Historia: la Historia que ella y yo hicimos en tanto somos libres juntas, en la foto que quizá no vuelva más a mostrarse ante mis ojos. Es libertad coartada en un marco de 130 x 82 cm. porque fuera de esta no hay mayor libertad que aquella que me permito. Y decido que esta sea en la foto de Pilar. Bien puede que Pilar sea Ternera y no Contreras. Pero, ¿quién sabe? A veces la vida no es tan neurótica como pienso.

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