A lo largo de mi vida he sufrido una gran cantidad de señalamientos por mi aspecto físico. Siempre se burlaban de mí desde muy pequeña y, al crecer, los comentarios siempre aludían a mis problemas de acné o incluso a mi figura esbelta. Pero cada una de esas burlas las usé a mi favor y forjé un muro de mí misma. Muro que solo deja pasar a mi interior a aquellas personas que lo merecen. Muro que resguarda también la íntima relación que tengo conmigo misma. He aprendido, gracias a tantas personas tóxicas, a querer y amar mi propio cuerpo; sobre todo, he aprendido a estar orgullosa de mí tal cual soy sin miedos al qué dirán.
Es común que las personas me vean en la calle y me detengan solo para recomendarme algún producto para mis defectos, ante lo cual respondo que no me interesa. Y puede parecer arrogante, claro está. Pero no es arrogante en lo absoluto. Y se extrañan cuando les digo que soy feliz con mi acné y no "a pesar del acné". Mi rostro también refleja parte de lo que soy, al igual que mi cuerpo, mi actitud y mis letras. Mi rostro está cicatrizado, al igual que mi sonrisa y mi alma. Mas esas marcas me hacen feliz. Las quiero y las añoro como un tesoro de mi existencia porque es lo que soy, porque es lo que quiero de mí. Me recuerdan de dónde vengo, a dónde voy y por qué. En ellas están los recuerdos de experiencias durante mi adolescencia de rechazos y prejuicios. Me recuerdan que me he aceptado totalmente a mí misma y que no tengo reparos en expresarlo. Pero la sinceridad no es común en estos tiempos y a las personas les perturba escuchar las verdades, así de puras sin más que transparencia.
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