Vale más decir pocas palabras, que un sinfín de palabras que no llevan a lugar alguno. Si bien la redacción es el comienzo de una comunicación, la gran mayoría de "los escritores y las escritoras" confunden el principio fundamental de nuestra literatura. Como diría José Raúl Feliciano, "si dominio de la lengua significa enrevesar las palabras y escribir frases y oraciones que nadie entiende, entonces no nos estamos comunicando".
En gran parte de la noche, exactamente eso fue lo que sucedió el pasado viernes, 5 de junio. Como escritora (si es que me puedo adjudicar un sustantivo tan grande), partí muy indignada del Décimo Campeonato de Cuento Corto Oral. Y pensé ser la única hasta que compartí mi sentir con otras personas que igualaban mi indignación. En esta época, (no sé en anteriores porque a duras penas soy una joven adulta) se ha hecho costumbre en una gran mayoría el uso de palabras rebuscadas porque "eso es hacer literatura". Se pierde así el sentido del texto, la coherencia, la interpretación e incluso la originalidad. Se desvanece entonces lo que el autor pueda tener de escritor, porque pierde lo literario en el intento de ser rebuscado. Es un problema que he notado hace mucho y me perturba. Sencillamente, mi mente no puede procesarlo. El quehacer literario es concebido como mero quehacer intelectual, cuando debería ser un quehacer del alma. No. No lo digo en sentido "amoroso". Más bien, me refiero a un forcejeo, una lucha existencial, una denuncia social, religiosa y política que se ha perdido por mucho. Denuncia que, al fin y al cabo, fue y debe seguir siendo el origen de las Bellas Artes.
Ciertamente, debo admitir que hubo uno que otro cuento que sí calificaba como excelente. Lamento no recordar los nombres de los autores y autoras loables, pero los hubo. Desconozco si la razón fue el jurado o el producto, pero algo me dice que sí hubo potencial que fue obviado. El proceso de selección, entre otras cosas, tal vez pudo haber sido un poco más estructurado para evitar estas confusiones. En fin, no deseo volver a una actividad de mercadeo e intelectualismo mórbido.
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