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Gestión artística y elitización en Puerto Rico

Pensar la gestión artística en Puerto Rico es hoy un proceso mucho más complicado que pensarla quizá en épocas anteriores. La coyuntura histórica es, sin duda, uno de esos grandes factores que lo complican. Vivir bajo el asedio de la globalización implica enfrentarse a las transformaciones urbanas y a la precarización social, entre muchos otros síntomas que devienen de esta; transformaciones que surgen como estrategias políticas, de modo que lo político incide en el desarrollo y producción de los objetos culturales. Asimismo, hablar acerca de la injerencia política es, a su vez, un tema necesariamente económico, puesto que nada de lo que impulsa el Estado nace de un vacío, sino que es una reproducción de las relaciones de poder, sean estas formales o informales.

En este sentido, nos ocupa el tema: “gentrification”, según su versión en inglés. Este término fue nombrado por la socióloga británica Ruth Glass en el 1964 a partir de sus investigaciones sobre los cambios en los barrios obreros de Londres. Este proceso, según se demuestra en su trabajo, implicó la reconfiguración del espacio social y su reorganización espacial. En el caso de Puerto Rico, llaman nuestra atención las discusiones sobre el movimiento #SanturceEsLey y #PonceEsLey, y los reclamos de ciertos grupos en contra del mismo, quienes lo afirman como un proyecto de gentrification.

Para tener un panorama más amplio y poder comprender este concepto, es importante aclarar otros procesos que, a su vez, son causa y efecto de la gentrification, o según traduce García Herrera (2001), la elitización. La elitización posee una correlación binaria con la segregación, es decir, que la segregación causa la elitización y la elitización causa la segregación. Según afirma Nicki Lisa Cole, Ph.D. (2017), la segregación es el acto de separar a las personas debido a su pertenencia a cierto grupo en específico, tales como raza, etnia, clase, género, sexo, orientación sexual, nacionalidad, entre otros. A pesar de que tal discriminación esté prohibida por ley, sigue existiendo de diferentes formas: segregación racial, residencial, de género, de clase. Por ejemplo, esto sucede con los altos costos de renta residencial en las áreas céntricas o cercanas a lugares embellecidos por la actividad comercial, la distinción por nivel de escolaridad, la segregación de los barrios “calientes”, la segregación en los residenciales públicos, la negación de servicios o empleo a miembras de la LGBTTIQ y así sucesivamente.

Quizá, de primera instancia, no sea fácil darse cuenta de que la segregación está tan inmersa en el cuerpo social. Sin embargo, esto puede verse en la configuración de las comunidades, por ejemplo, Cole expone:

When you look at the racial composition of suburbs, you see the Black and Latino households are nearly twice as likely as white ones to live in neighborhoods where poverty is present. The authors point out that the effect of race on where someone live is so great that it trumps income: “…[B]lacks and Hispanics whit incomes over $75,000 live in neighborhoods with a higher poverty rate than do whites who earn less than $40,000”.

La segregación racial, al igual que el resto de las segregaciones, está mediada por un factor económico y político. Implica, según afirma García, una “reorganización profunda de la ciudad de naturaleza económica, social y espacial” (2001). Esto alude a estrategias geopolíticas, es decir, al control de los recursos humanos a partir de su posicionamiento en comunidades específicas con el objetivo de que el Estado pueda sacarle mayor provecho y perpetuar su relación de poder sobre las sujetas. “Los resultados de la mayor parte de las investigaciones sobre gentrification establecen que los nuevos habitantes pertenecen a nuevas fracciones de la clase media y media-alta, vinculadas a sectores de actividad en expansión, con ingresos elevados que les permiten acceder a las viviendas caras” (García, 2001). Esto puede verse claramente en la contraposición entre las urbanizaciones con control de acceso, los barrios pobres, las comunidades rurales y los residenciales. Esta reconfiguración de los espacios provoca un acceso desigual a la educación, los medios de producción, la transportación, el empleo y los procesos políticos.

Para concretar un poco estos conceptos, utilizaremos como base el ejemplo de Ponce. El casco urbano es considerado un centro histórico en el que la renta tiene un alto costo. Constituye un lugar turístico con restaurantes poco accesibles, el cual es embellecido por el flujo del capital. El uso de parquímetros encarece, a su vez, el acceso a las calles e impide el libre flujo de visitantes de menor poder adquisitivo. Es decir, que por su composición espacial y económica segrega a las sujetas que no tienen los suficientes recursos como para vivir en el centro del municipio o para acceder a su mercado. Centraliza el flujo del capital y coloca en la periferia a las comunidades más pobres. En este sentido, “las ciudades deben entenderse como paisajes de consumo en los que adquiere una importancia creciente la economía simbólica, fundamentada en la producción cultural” (García, 2001). Por tal razón, genera la segregación por cuestiones raciales y de clase. Solo acceden a estos espacios los “grupos que por su capital social y cultural pueden participar de ese estilo de vida” (García, 2001), entre ellos turistas, artistas, miembras de la clase media o media-alta, etc.

Utilizar el arte en este contexto para embellecer los edificios abandonados es una “reconstrucción clasista del paisaje urbano” (García, 2001), puesto que enmascara e invisibiliza la pobreza que se encuentra cuatro cuadras más atrás de la plaza pública, donde las comunidades rezagadas poseen casas en mal estado, carreteras sin mantenimiento y una pobreza evidente. Este proyecto, tal como afirmó el desarrollador en el acto de apertura en el Museo de Arte de Ponce, convierte una esquina con olor a excremento de tecato en una obra de arte. Este proceso de elitización rastrea “la circulación del capital” (Smith, Caris & Wyly en García, 2001) para redirigir el consumo de quienes tienen acceso a estos espacios y causar la segregación de clase y, en el caso de Ponce, para estructuralmente negarles el espacio a las comunidades más desfavorecidas e invisibilizar la pobreza y el deterioro del municipio. Respecto a esto, García (2001) afirma:

Para estos grupos privilegiados, la propia relación con el espacio es un factor de diferenciación social (Amendola, 2000:124); estas elites disponen de suficiente capital económico y culutral para producir o modificar espacios a los que incorporan una identidad social excluyente. También la nueva clase media busca un entorno donde expresar su estilo y gusto distintivo de clase. De ahí la conversión de los barrios populares y viejas zonas industriales en objeto estéticamente relevante para los mismos.

De este modo, se evidencia la complejidad del papel de los artistas en tanto son utilizados para “atraer a otros grupos más adinerados” (García, 2001), determinar el flujo del capital y perpetuar la segregación en la distribución de los espacios. Según cita García, la estética funciona, pues, como un fetiche para despolitizar las relaciones de clase que se disuelven en gustos y estilos de vida (2001). Es importante entonces cuestionar los proyectos artísticos y culturales para ver en qué medida se está produciendo la segregación, la desigualdad y la marginalización de las comunidades más desfavorecidas, puesto que la producción cultural necesariamente tiene, se quiera o no, una función política que incide en las comunidades y en la configuración de las mismas.

-Ketsia Ramos
  
Fuentes que te pueden interesar:
Elitización: propuesta en español para el término gentrification. Fuente: http://www.ub.edu/greocrit/b3w-332.htm


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