Dios ha muerto. El sujeto moderno
lo ha sustituido por las drogas. Halla en las drogas su nueva religión, la
nueva espiritualidad que le permite escapar del mundo real rumbo al cielo de
lxs intoxicadxs. Ahí, encuentra su verdad. La verdad mágica que le revelan las
sustancias tóxicas. El mundo imaginario inducido es la respuesta a su dolor, a
su angustia, a su deseo de divertirse y de gozar, tal como se lo exige su
imperativo epocal. El Edén de las sustancias es el vértigo de la conciencia que
se puede comprar, el significante último del deseo introduciéndose por las
venas, por las narices, por la boca de quienes tienen ‘sed de verdad’ (como diría
algún cristiano).
Las estadísticas de adicción a las
drogas y las muertes por sobredosis continúan en un alarmante aumento a nivel
mundial. Por ejemplo, “de acuerdo con un informe de la Junta Internacional de
Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), organismo dependiente de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU), el consumo de cocaína en África
Occidental y en el Este de Europa, así como el de heroína en tres cuartas
partes del continente asiático, se ha incrementado durante el periodo 1995-2011”
(Alcocer, P. & Gamboa, F.), ¿Pero por qué el aumento? Para analizar estos fenómenos
de ‘la era del vacío’ hipermoderna, es necesario establecer dos características
principales de las drogas: lo catártico y lo adictivo que, a su vez, están
sustentadas por: el hedonismo, el narcisismo contemporáneo, el discurso de consumo
y el empuje a gozar. Respecto a estas configuraciones, Lipovetsky identifica en la sociedad hipermoderna “su
hedonismo exacerbado; [...] moda de la marihuana y del L.S.D., liberación
sexual, pero también películas y publicaciones porno-pop, [...] la cultura
cotidiana incorpora la liberación, el placer y el sexo” (1986, p.106). Este
andamiaje en el que la sociedad inserta al sujeto le ofrece al yo “el
cumplimiento de sus antiguos deseos de omnipotencia” (Freud, 1930, p. 70). La
droga ofrece omnipotencia: todo es posible a través de ella. Todo es posible a
través de la satisfacción constante porque nos enajena del mundo real que nos
angustia con miras a otra guerra mundial, a las pandemias, las crisis
económicas y al apocalipsis climatológico.
La era grita
a todo pulmón: Todo es posible. Siempre
se puede gozar. Puedes hacer lo que deseas, cuantas veces quieras porque es tu ‘libertad’.
Lo que vale es tu satisfacción y el objeto a tu alcance (la droga) es la solución a tu vida gravosa. Consume y
serás feliz. Consume y olvidarás tu condición miserable. Los sentidos inducidos
son tu guarida. Eres tu propio Dios omnipotente.
Tal como formula Martín Alomo,
“cada modo de goce epocal viene envuelto en una realidad discursiva, que
forma parte constituyente del objeto que se ofrece” (2014, p. 174). Por tanto,
es necesario dar cuenta de que existe un discurso cultural que establece un
culto a las drogas, no solo a aquellas ilícitas, sino también a las drogas
legales (entiéndase alcohol, medicamentos, etc.) y a una infinidad de objetos ofrecidos
por el mercado para satisfacer a cada personalidad narcisista particular. El
fin de esta misión ‘civilizadora’ es, en efecto, hacer accesible la
satisfacción ilimitada cónsona al discurso capitalista del consumo constante. “El
paradigma de nuestra época suele encarnarse en la desmesura, en lo absoluto, en
lo total, en la carrera desenfrenada por la obtención de lo que representa la
satisfacción inmediata, encarnada invariablemente en objetos a consumir”
(Botto, S.). De ahí la consigna del ‘todxs neuróticxs’, ‘todxs adictxs’, porque
posibilita el ‘todxs consumidorxs’.
Esta cultura hace posible, digamos,
que la intoxicación sea el sedante predeterminado que le permite a la persona olvidarse
de sus problemas y de su realidad particular en la era del shock. Se sirve de
esta intoxicación como un modo de programar al sujeto en aras de plus de goce;
orienta la subjetividad de las masas mediante la satisfacción para evitar el
cuestionamiento de la realidad desde las propiedades de la razón y para
colocarlas en una posición pasiva. Esta tendencia Alcocer & Gamboa la relacionan
con una sociedad posmoralista en ciernes que fomenta una ética individualista. “Esta
perspectiva coincide con las tendencias a favor del liberalismo y las economías
de mercado, donde la oferta y la demanda son el patrón para dirimir y
solucionar los problemas cuantitativos de una sociedad que enaltece al
individuo con capacidad para elegir y autorrealizarse en un mar abierto de
posibilidades” (Alcocer & Gamboa). La aparente libertad de la sociedad
hipermoderna es la de gozar a través del consumo, puesto que el sujeto se halla
demasiado entretenido en satisfacerse. Este modo de concebir la realidad
establece certezas, no dudas. Y en tanto no hay dudas, no aparece la angustia y
tampoco lo ominoso de lo absurdo. Facilita la repetición como imperativo de
gozar con el ‘todo se puede’. Esto, más que ser una libertad, viene a
representar una nueva esclavitud: una atadura al deseo de la sustancia que, de
algún modo, hace que el objeto determine la subjetividad y el deseo de quien la
consume. Precisamente, esta atadura al
mundo imaginario inducido bajo el orden del placer y del hedonismo narcisista, no
permite crear un lazo con el Otro. El Otro no existe, solo existe la sustancia.
Para ilustrar esto un poco de manera breve, pensemos, por ejemplo, en las
conductas delictivas (robo, asesinatos, etc.) de las personas adictas con el
fin de obtener su pedazo de paraíso, poniendo en peligro la vida y el bienestar
de terceras personas. Entonces, la discusión sobre las drogas no se limita a la
capacidad y al derecho de elegir, sino que es una cuestión ética, legal y
política que incide en el orden social.
En este sentido, lo recreacional no
se separa de lo adictivo, aunque parezcan ser dos vertientes separadas. Hay en
esta generación una incapacidad de concebir los contextos recreacionales sin el
uso de las drogas. Además, son vistas como un método posible de experimentar
nuevas ‘realidades’, como un método milagroso de revelación espiritual del sentido
de la vida. “Parecieran haber encontrado la sustancia que llena el vacío”
(Botto, S.). El deseo se ha vuelto una necesidad mortífera. “Lo mortífero se
presenta con cada uno en la reiteración compulsiva con la que se intenta llenar
un vacío que se ahonda a medida que se intenta colmar” (Botto, S.) -y quizá
podría articularse esto al alza de las estadísticas de suicidios, depresión y
otros trastornos mentales. El discurso cultural determina nuestra subjetividad
en la medida en que nos hace creer que hay un objeto predeterminado para llenar
nuestra falta. Falta que será inacabable, según Lacan. Bajo la consigna capitalista
de llenar la falta con objetos, la droga ha venido a ser la solución mágica, el
Dios de la nueva era. “Permite que no haya deslizamiento, hay un solo objeto y
ya está provisto, listo para consumir, fabricado por el mercado. Sosiego para
el sufrimiento, anestesia para el dolor, único acceso a la felicidad, se torna
imperioso y por ende obligado, la espera es un dolor insoportable, no hay
mediación, prevalece lo fugaz de la satisfacción, en consonancia con un mundo
en el que lo efímero es ley” (Botto, S.). Y en tanto se vuelve imperioso y
obligado, ¿dónde está la libertad de elección?
Sin duda, este brevísimo análisis
es solo una nota al calce en la discusión sobre esta problemática. Queda
entonces, pensar en la siguiente cita hasta que surja un nuevo planteamiento: “Legalizar
las drogas significa tomar en cuenta el fracaso de la Guerra Contra el Narcotráfico
pero, al mismo tiempo, analizar cuidadosamente si la ciudadanía está ingresando
peligrosamente en el caos y la destrucción de un orden social mínimo que
probablemente esté rindiendo culto a nuevas formas de morir en el Siglo XXI” (Alcocer,
P. & Gamboa, F.).
- Ketsia Ramos
Comentarios
Publicar un comentario