Todo parece estar detenido.
La bici en el balcón, quieta, esperando. El sofá en el mismo lugar de siempre. Los taladros perforando las paredes del edificio contiguo. El humo eterno de la estufa, como si acaso diera para alimentar a todes les indigentes. Un texto de Camus sobre la mesa y silencio.
Solo se mueve la hamaca, a fuerza del viento que se obstina en entrar al apartamento.
Mi madre es el único hogar que me queda y parece estar muy lejos. Yo, en las mañanas cuelo un café para anestesiar los dolores del alma.
Se me quema la comida por andar escribiendo y en ocasiones aguanto el hambre para no salir de la cama. A veces vivir se me hace indiferente.
Juego con libros para subsistir.
No puedo negar que he contemplado el suicidio, me parece mejor solución que las drogas, los encuentros casuales, el dinero y la fama.
Me dedico a desentenderme: hace mucho estoy deshabitada. Sé que se me nota en los ojos, por eso suelo reírme a carcajadas lunáticas. Quizá por eso también es que soy poeta.
Hay un surco de muerte que me rodea.
Soy universitaria, mi mirada se destruye reventando a la nada.
Busco respuestas (...)
Resisto. Desobedezco.
Servir es el único amor mínimo que me queda.
Estoy sola. Me da miedo estarlo.
El cuerpo me estorba. No tengo alguna otra carne cerca.
¿Y tú no le temes al desamor? ¿No le temes a la quietud y a la liquidez de las cosas?
Estoy sola.
-no pertenezco-
Hago lo que puedo con mi vida póstuma.
- Ketsia Ramos
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