La palabra como significante define
y estructura la realidad del sujeto. Bien podría decirse que la palabra es la búsqueda de aprehensión
subjetivante y que es por esto que toda realidad es psíquica. Si nos remontamos
a épocas antiguas, advertimos que aún en tiempos remotos la recuperación de la
palabra era central para las distintas civilizaciones. El Popol Vuh, por ejemplo, es una muestra de ello. Este texto crítico
pretende rescatar brevemente cómo en el Popol
Vuh la palabra hecha discurso es la que hace emerger al mundo dándole
existencia.
De entrada al primer capítulo de la
obra, se habla de un “primer discurso”. Este discurso es el que inicia la
creación de la Tierra, de los animales y del ser humano. En este contexto, es
el lenguaje lo que da comienzo al proyecto de la creación en la cosmogonía maya
quiché. “Llegó aquí entonces la palabra”, la palabra-significante que hace
existente todo aquello que permanecía innombrable y en silencio. En el caso del
capítulo dos, el silencio es considerado sinónimo de inexistencia, ya que los
Progenitores cuestionan sobre el silencio y la inmovilidad que habitaba debajo
de los árboles. Las deidades no resistieron el silencio, por eso crearon a los
animales del bosque y se les dio la exhortación de hablar, invocar, llamar y
gritar. Dentro de la imposibilidad de lenguaje de los animales y luego de
varios intentos fallidos, se crea al ser humano capaz de alabar mediante la
palabra. En este sentido, la cualidad intrínseca del ser humano es el lenguaje
y la invocación a las deidades a través de este.
La discusión entre Tepeu y Gucumatz es
un constante acuerdo sobre qué facultades debe o no tener el ser humano. No es
una única palabra la que da comienzo a la formación del Universo sino que es la
unión de las palabras entre Tepeu y Gucumatz lo que genera este discurso. La
existencia, ya sea como objeto o como ser, surge a partir de esta conversación
que le da cabida a la palabra: hace posible el lenguaje y, con este, se hacen
posibles la existencia y la vida. En términos lacanianos, el lenguaje da
entrada al campo del Otro; una vez se está ahí la palabra se convierte en un
discurso a partir de la relación transferencial y la aparición del fantasma. Al
faltar ese significante (S1) primero, no hay cadenas asociativas posibles y,
por lo tanto, no se existe. Solo se existe cuando el sujeto hace su entrada al
campo del Otro.
En fin, la creación no hubiese sido
exitosa de no haberse hecho bajo el mutuo acuerdo y meditación de las deidades.
Dicha meditación entre Tepeu y Gucumatz evoca la frase de Descartes: “pienso,
luego existo”. Siguiendo el orden de razón-sin razón, el Universo existe al ser
pensado, hablado y discutido: ambas deidades “conferenciaron sobre la vida y la
claridad”. De esta manera, el relato hace un planteamiento filosófico que
trasciende el relato creativo. A través de la meditación es que se llega al
‘deber ser’: “entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que
cuando amaneciera debía aparecer el hombre”. Si bien este texto es un relato de
la memoria cosmogónica, establece un orden moral respecto de la necesidad de
creación y del ‘deber ser’ de los objetos. Posiciona a la palabra en un lugar
privilegiado en tanto es el discurso que hace posible la existencia del mundo.
Sin palabras-significantes que introdujeran al sujeto en el campo del Otro no
habría nacido el Universo, de ahí la relevancia del lenguaje y la boca en el ser
humano en el relato de Popol Vuh.
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