Sentí la voz de una ancestra susurrarme al
oído:
- “Niña, ¿estás
ahí?”
De
repente, recordé la tragedia de los espíritus echados al mar que gritan desde
el fondo, lanzan un alarido de libertad.
-“Madre, Reina Negra, que estás ahí
extendiendo tus manos con el legado amarrado entre cadenas, vives en mí”, quise
responder.
Pero
no era mi momento para dar explicaciones. Era el momento de las respuestas, el
momento de saberme más negra de lo que pensaba, más suya. Intenté mirarla al
rostro pero la negra no tenía facciones. Comenzó a susurrarme de nuevo:
-“Ubuntu, Ketsia”.
Mis
oídos no reconocían aquellas palabras.
-“Sawo buna, Ketsia”.
La
Reina Negra sabía que no la comprendía porque durante siglos intentaron acallar
su voz: la ahogaron mil veces, la violaron, la hirieron, le arrancaron la
lengua y la desterraron de su patria.
Lo
vi todo al cerrar mis ojos mientras ella sostenía mis manos dulcemente. Escuché
las voces que procedían del mar enredándose en el murmullo de la marea. Escuché
el llanto de las madres que no volvieron a ver a sus hijos e hijas. Sentí la
aflicción. Sentí el llanto y la sangre arrancarme las venas.
Surgió
en mí un profundo coraje, y de mis entrañas renació un grito de guerra. Quise
encontrar a los enemigos y arrancarles la cabeza, pero ella me detuvo colocando
su mano en mi pecho.
No
sé qué sucedió.
Me
sentí sumergida dentro del mar y batiéndome en las olas. Sentí mis hombros
caídos al abismo, mis brazos débiles y raramente entendí la purificación del
dolor.
Mi
llanto me hacía libre.
Dejaron
de existir las cadenas. Solo quedaban mis brazos rozando la arena y la
convicción de haberme encontrado antes en esa orilla, de saberme también de la
profundidad, del grito y del llanto, de esa tierra nuestra omnipresente de la
libertad.
Mi
ancestra irradia paz y benevolencia. Es cuna de encuentro y solidaridad. Es
oasis de vida y transparencia. Recuerdo haberla escuchado diciendo:
- “Se wo were fi na wosankofa ayenki”.
Entonces,
pude entenderla, pude entenderlo todo; incluso a mí.
Se
llama Kahina Vita Wambara. Tenía 13 años de edad. Su madre y su padre desaparecieron
un verano cualquiera a manos de los contrabandistas de esclavos cuando la niña
tenía solo 8 años.
Kahina
Vita, a tan corta edad, tuvo que aprender a sobrevivir sola. Y en su
supervivencia, corrió por toda África. Viajó por Malawi, Mozambique, Namibia,
Angola… y cuenta la leyenda que Kahina Vita se asentó en el Congo. Una vez
allí, decidió liberar a todas las niñas y a todos los niños que habían sido
esclavizados por los invasores.
Desde
ese momento, se escuchan los juegos infantiles escurriéndose entre las sombras
de los árboles y un repetido coro al unísono con el viento:
Si ma ma ka, si ma ma ka,
ruka ruka ruka, si ma ma ka.
Los
gritos de felicidad en el bosque confundían a los que pretendían acercarse a la
arboleda. Se escuchaba a los pequeños y a las pequeñas cimarronas corriendo
desde Songololo hasta Kasenga y Lupasa. Nadie sabe a dónde fue a para Kahina
Vita Wambara, pero en el Parque Nacional de Salonga afirman verla cuidando de
los animales y hasta los ríos de África cantan con voz infantil:
Si ma ma ka, si ma ma ka,
ruka ruka ruka, si ma ma ka.
Si ma ma ka, si ma ma ka,
ruka ruka ruka, si ma ma ka.
-“Sakhona,
Kahina”, finalmente pude articularlo.
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