Al hablar de sexualidad, muchas –muchísimas- normatividades hegemónicas acaparan nuestro discurso. Es importante, entonces, repensar y reelaborar el vocabulario utilizado en estos discursos de la sexualidad humana, con el fin de darle otras posibles miradas que nos permitan analizarla desde distintas perspectivas.
En este caso, deseo hablar de los fetiches. Según la RAE, un fetiche es una “desviación sexual que consiste en fijar alguna parte del cuerpo humano o alguna prenda relacionada con él como objeto de la excitación y el deseo”. Siguiendo esta línea de pensamiento, lo que se dice –entre líneas- es que el deseo posee una estructura, un desarrollo unilateral, universal y específico en los seres humanos, de modo tal que si un individuo muestra alguna conducta que no se ajuste a ella reproduce el fetichismo en su expresión de deseo. ¿Acaso el deseo es reproducido de forma uniforme y exactamente igual en todos los individuos?
El deseo es una manifestación instintiva e impulsiva del ser humano. Es un acto inconsciente regido por nuestras pulsiones sexuales, como diría Freud. El principio del placer no tiene normatividades unilaterales, sino que es una fuerza dinámica que fluye constantemente en nuestro aparato psíquico. Por tanto, decir que una manifestación cualquiera de la sexualidad humana es un fetiche, equivale a decir que no se rige por las heteronormatividades impuestas por la sociedad y que nuestro deseo es una estructura fija, sin variaciones ni posibles manifestaciones alternas. Queda supeditada, entonces, nuestra sexualidad como una manifestación regulada por las hegemonías socio-culturales. Y no hay pensamiento más alejado de la razón que este.
El fetiche en sí mismo es otra variante de la sexualidad humana y solo se convierte en neurosis cuando perjudica la salud mental del individuo o la salud (sea física o psicológica) de su pareja. Claro está, el término ha sido viciado por las tendencias sexuales de las últimas generaciones (menos tradicionalistas) y se considera que cualquier parte del cuerpo humano u objeto que les produzca placer sexual simbolizan un fetichismo. Sin embargo, se debe aclarar que un fetiche equivale a una atracción ante un objeto o parte del cuerpo y, ante la ausencia de este, el individuo no es capaz de tener una relación sexual satisfactoria -entiéndase, incapaz de excitarse y alcanzar el orgasmo.
La palabra fetiche representa la imposición de una orientación sexual respectiva, dirigida únicamente a los genitales o zonas erógenas del cuerpo y descarta y excluye todas las demás posibles manifestaciones del deseo bajo una ‘desviación sexual’. En fin, gran parte de nosotros quedamos tildados de fetichistas por no manifestar nuestra sexualidad dentro de los parámetros “normales” y hegemónicos determinados por nuestra realidad socio-cultural.
En este caso, deseo hablar de los fetiches. Según la RAE, un fetiche es una “desviación sexual que consiste en fijar alguna parte del cuerpo humano o alguna prenda relacionada con él como objeto de la excitación y el deseo”. Siguiendo esta línea de pensamiento, lo que se dice –entre líneas- es que el deseo posee una estructura, un desarrollo unilateral, universal y específico en los seres humanos, de modo tal que si un individuo muestra alguna conducta que no se ajuste a ella reproduce el fetichismo en su expresión de deseo. ¿Acaso el deseo es reproducido de forma uniforme y exactamente igual en todos los individuos?
El deseo es una manifestación instintiva e impulsiva del ser humano. Es un acto inconsciente regido por nuestras pulsiones sexuales, como diría Freud. El principio del placer no tiene normatividades unilaterales, sino que es una fuerza dinámica que fluye constantemente en nuestro aparato psíquico. Por tanto, decir que una manifestación cualquiera de la sexualidad humana es un fetiche, equivale a decir que no se rige por las heteronormatividades impuestas por la sociedad y que nuestro deseo es una estructura fija, sin variaciones ni posibles manifestaciones alternas. Queda supeditada, entonces, nuestra sexualidad como una manifestación regulada por las hegemonías socio-culturales. Y no hay pensamiento más alejado de la razón que este.
El fetiche en sí mismo es otra variante de la sexualidad humana y solo se convierte en neurosis cuando perjudica la salud mental del individuo o la salud (sea física o psicológica) de su pareja. Claro está, el término ha sido viciado por las tendencias sexuales de las últimas generaciones (menos tradicionalistas) y se considera que cualquier parte del cuerpo humano u objeto que les produzca placer sexual simbolizan un fetichismo. Sin embargo, se debe aclarar que un fetiche equivale a una atracción ante un objeto o parte del cuerpo y, ante la ausencia de este, el individuo no es capaz de tener una relación sexual satisfactoria -entiéndase, incapaz de excitarse y alcanzar el orgasmo.
La palabra fetiche representa la imposición de una orientación sexual respectiva, dirigida únicamente a los genitales o zonas erógenas del cuerpo y descarta y excluye todas las demás posibles manifestaciones del deseo bajo una ‘desviación sexual’. En fin, gran parte de nosotros quedamos tildados de fetichistas por no manifestar nuestra sexualidad dentro de los parámetros “normales” y hegemónicos determinados por nuestra realidad socio-cultural.
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