Sé que algo anda mal conmigo cuando me acuesto y en línea diagonal cruzan mis ojos la habitación hasta estrellarse contra el montón de ropa sin guardar en una esquina. Sé que algo anda mal cuando duermo en exceso y no quiero salir de la cama ni siquiera para comer cuando tengo hambre. Como ahora, que escribo desde mi cama sintiéndome solo un poco menos vulnerable. Sé que algo anda mal conmigo cuando lloro en todo momento y de la nada el grito se me atora torturándome, abriéndome en mil pedazos el pecho, la traquea, los brazos, la espina dorsal, el cuerpo. Sé que algo anda mal conmigo cuando ni siquiera puedo escribir lo que siempre escribo. Te juro que no soy yo. Yo sé que te sientes igual: un poco perdida y con la mente en blanco. Sé que algo anda mal conmigo cuando recojo la cama antes de acostarme y limpio la casa queriendo sacarle la pintura a la paredes, como si las paredes fueran una costra que me doliera en el pecho. Sé que estoy así cuando ni siquiera puedo concentrarme en una página sencilla, en una definición o en aquella cita entre comillas: "no me olvides".
La vida me ha dado regalos y me los ha devuelto en pesadillas. Ni gracia ni desgracia. Simplemente montos equivalentes de mierda y gloria. Yo no sé por qué, pero hay noches en que no duermo llorando y queriendo destruir cristales y aceros con mis dedos. Es la incansable lucha de ser humana en un mundo farmacopornográfico. Por eso limpio la casa. Quizá con los detergentes salga algo de ese polvorín que se me incrusta en los nudillos. Quizá la escoba me ayude a sacudirme por dentro el sucio de años que me acosa. Por eso limpio la casa. Porque siento que por lo menos en algo me reinvento cuando no hallo solución pal alma.
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