“El graffiti es invasor, siempre es invasor.”
–Manwe (graffitero)
–Manwe (graffitero)
El
graffiti es un acto político. Pero antes de que pienses en un partido, ¡no! Que
sea político no se refiere a que se dibuje con el ‘spray’ el nombre de X o Y
partido en una pared. Pero, ¿en qué sentido el graffiti es, en esencia, un acto
político? Remontémonos, pues, a sus orígenes.
Cuando
le damos pa’trás a la historia, encontramos que en siglos pasados en Roma y
Egipto se realizaban intervenciones en los muros, lo que conocemos hoy como
jeroglíficos. Estas intervenciones se hacían con distintos materiales y
técnicas que, para efectos de este artículo, no consideraremos, puesto que no
es nuestro objetivo. Nos preocupa el acto de intervenir en sí mismo, acto que desde los tiempos de las antiguas civilizaciones estaba centrado en “dejar testimonio de [los] pasos [de la persona que dibujaba]” (Alberto Pacini). Esta
afirmación de Pacini me parece importante resaltarla, ya que en los círculos
artísticos se tiende a criticar los famosos “tags”, asunto que consideraré más
adelante. Desde sus comienzos, el graffiti ha presentado los siguientes
elementos: por un lado, la jerga común, el lenguaje sugestivo, el carácter gratuito,
la falta de censura y, por otro, que las inscripciones son hechas en espacios
públicos no autorizados a tal fin. Ya en el siglo XX, surgen los graffitis
pictóricos, el muralismo contemporáneo y, con ellos, la expresión artística de
las llamadas ‘tribus urbanas’ o ‘crews’ graffiteros como parte de un proceso
identatario y de lazo social dentro de los grupos minoritarios.
La apropiación del espacio
Respecto
a los “crews” graffiteros, debo resaltar que estos grupos, en su mayoría, son
compuestos por minorías segregadas, entiéndase gente negra, latina, pobre,
anarquista, etc. que se posiciona en contra del sistema y del poder
institucionalizado. Precisamente, en la década de los ’70 las intervenciones en
los espacios públicos mediante el graffiti estuvieron íntimamente ligadas al
ideario de los grupos anarquistas, y aún hoy día es un símbolo de la expresión
de grupos de izquierda. Refiriéndonos, además, a la década de los ’70, el
contexto sociopolítico y los conflictos bélicos propiciaron el contexto para el
impulso de este arte urbano y aumentaron las intervenciones de graffiterxs en
las calles. Entendiendo que el graffiti es central en la expresión de estos
grupos minoritarios, suele presentar aspectos cotidianos como: drogas, robo,
prostitución, racismo, pobreza. Esto se resume en la marginalidad y la
segregación que le es impuesta por parte del Estado y la violencia estructural
que habita en la configuración de las sociedades. Estas configuraciones vienen
mediadas por los procesos de urbanización, modernización e industrialización de
los espacios (véase lo que sucedió con las comunidades mexicanas en EEUU y el surgimiento
del “ Cholo Stytle”).
Hablar
de la cuestión del espacio implica que necesariamente hablemos de la delimitación
del territorio en los barrios y la
cuestión de los "tags". Estas intervenciones urbanas suelen ser anónimas, o al
menos hasta cierto punto, puesto que esto se ha transfigurado y, por tanto, lxs
graffiterxs adoptan pseudónimos o apodos. Con estos apodos crean a una figura
artística o mítica que representa un ideario de la persona de la comunidad o
barrio en cuestión. Es muy común que la persona que se dedica al
graffiti presente un rechazo al arte elitista y, por ende, su producción
busca ser una especie de socialización del arte para todas y todos. Es decir,
es el arte de la calle no mediado por filtros de represión, que está ahí para quien quiera verlo. El graffiti es la
apropiación del espacio en tanto al sujeto se le ha marginalizado, se le ha
expulsado porque no encaja en la estética del entorno en el que se encuentra.
Lo íntimo se hace público
Quizá
ya has escuchado la típica frase “lo personal es político”. En este sentido, el
demarcar los espacios con el apodo o nombre propio es equivalente a visibilizar
una realidad ante el Estado o ante las personas que transitan el lugar. La
esencia del graffiti entonces es visibilizar, incomodar, invadir, reclamar ante
las condiciones materiales de las comunidades desde una estética alterna a la estética
del arte elitista y el arte institucionalizado en museos y galerías.
Inherentemente, hay un reclamo ante las políticas del gobierno, políticas que segregan
y empobrecen a las comunidades, que las criminaliza y las discrimina.
Mientras
que, por un lado, está la tachadura o el “tag” como quiebre y apropiación del
espacio; por el otro, está el blanqueamiento de las paredes que busca tapar la
realidad del artista urbano y enajenar a la masa sobre la realidad que allí se
expone. Asimismo, la tachadura no autorizada es una “mancha” para la estética
del orden, contrario a la limpieza del control y la pretendida normalidad de
los espacios que silencian esas voces o personajes disidentes.
El
“tag” coloca en primer plano al artista urbano y permite que se visibilice a sí
mismo. El arquetipo que representa el artista es al mismo tiempo sujeto y
objeto de su producción cultural. Se da voz a sí mismo y
crea una memoria propia en contra de la violencia política, social y económica que le es impuesta. Podemos
concluir entonces que el graffiti es arte y vandalismo al mismo tiempo, no son
términos excluyentes. Lo es porque surge del reclamo político de un sujeto que
está posicionado en contra del sistema que lo oprime. Descriminalizar y
despolitizar el graffiti sería tratar de quitarle la esencia y el significado
de lo que realmente es: una cuestión política.
Foto capturada: Concepción, Chile 27/2/2016 |
Le adjunto algunas citas de interés:
“En
la actualidad , soportan el peso de la denominación «graffiti» inscripciones en
espacios
públicos,
más o menos relacionados con el campo de las subculturas jóvenes,
caracterizadas
por
ser en líneas generales efímeras y no institucionales, y cuya condición
«anónima»”.
(Claudia Kozak, 2004, pág.35)
“Bojórquez,
en efecto, sostiene que el origen del tag debe remontarse a esa experiencia en
los treinta y que sin lugar a dudas en los cuarenta el tag fue práctica
frecuente dentro del
movimiento
chicano que se manifiesta en contra del gobierno estadounidense. De allí
saldría de la «vieja escuela» del graffiti chicano, denominado «Cholo Style»
que, asociada en cuanto al estilo pero no a los fines al graffiti de «pandilla»
(gang), se da antes que el graffiti neoyorkino”. (Claudia Kozak, 2004, pág. 60)
Referencia:
KOZAK,
Claudia (2004). Contra la pared; sobre graffitis, pintadas y otras
intervenciones
urbanas. Buenos Aires, Libros del Rojas.
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